TRANVÍAS DE LISBOA



Probablemente pocas ciudades están tan identificadas con un medio de transporte como lo está Lisboa con sus tranvías. Los hay en Berna, por ejemplo, pero no es lo mismo. Lo que un día fue novedad luego se convirtió en rutina, pasó a ser anticuado y ahora es una antiguedad, lo que ya es algo mítico. En Portugal a estos vehículos se les llama "eléctricos" y en Lisboa sobreviven cinco líneas que tienen todo tipo de público, entre turistas y lugareños.

Uno no puede irse de Lisboa sin haber hecho un viaje en tranvía. La red cuenta con 48 km de longitud y es una delicia sentarse a ver pasar las calles desde la ventanilla abierta. No conviene pagar el billete sino sacar la tarjeta de transporte urbano denominada Siete Colinas, con la que tendremos barra libre en nuestros desplazamientos por la ciudad, incluyendo funiculares y ascensores, además de autobuses y metro.

Muchos utilizan el tranvía sólo para subir al Castillo de San Jorge y se apean en el Mirador de Santa Lucía, pero conviene dejarse llevar sin rumbo y luego tomar el viaje de vuelta.

En los tranvías lisboetas rigen normas no escritas y normalmente todo el mundo ofrece su asiento a embarazadas o personas mayores. Lo digo más que nada porque es frecuente que los españoles tengamos a los niños cómodamente sentados mientras una anciana tiene que agarrarse donde puede. En Lisboa todavía hay un cierto estilo y elegancia.

No todos los tranvías son históricos y la línea que lleva a Belem (destino Alges) dispone de vehículos articulados modernos, donde por cierto viajan muy frecuentemente carteristas con los que hay que tener mucho cuidado.

La empresa Carris, que gestiona los transportes en superficie, ofrece servicios turísticos con recorridos en tranvías especiales. No los recomiendo porque el coste del billete es alto, unos 17 euros por un circuito de poco más de una hora, mientras que con la tarjeta Siete Colinas podemos ver lo mismo y mucho más gastando menos de cuatro euros. Otra cosa es si queremos sorprender a la pareja con detallazos en plan lucirse y entonces el dinero está para las ocasiones.

Las frecuencias no son nada del otro mundo y están fijadas en las paradas. El tranvía nos sorprende ascendiendo cuestas difíciles y metiéndose por calles estrechísimas. Hay incluso un olor especial dentro de ellos, que supongo que lo dan tantos años de historia. En ocasiones hay viajeros que se bajan a empujar un coche que está mal aparcado y dificulta el paso. No es raro que de vez en cuando haya chavales que se cuelguen de los estribos para viajar gratis como en las películas.

Ningún recorrido nos llevará más de una hora y en un día podemos conocer todas las líneas y saborear Lisboa como debe ser.

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